29.1.08

Platón: El banquete, en Platón: Diálogos volumen III. Banquete, Fedón y Fedro. Martínez, M. (trad. de El Banquete). Madrid: Editorial Gredos, 1997.

Cuestionario para Filosofía II

  1. ¿Por qué opina Fedro que el amor es el mejor educador posible?
  2. ¿Qué ejemplos míticos utiliza Fedro en su discurso para defender dicha tesis?
  3. ¿Qué dos tipos de amor distingue Pausanias?
  4. ¿Cuáles son, según Pausanias, las diferencias entre las normas sobre la pederastia en Atenas y en otras partes de Grecia?
  5. ¿Qué reglas debe seguir el adolescente para mantenerse virtuoso según Pausanias?
  6. ¿Por qué afirma Erixímaco que el amor es un fenómeno universal?
  7. Explica brevemente el mito que cuenta Aristófanes para explicar el origen del amor.
  8. ¿Cómo explica Aristófanes el hecho de que algunos son homosexuales y otros heterosexuales?
  9. ¿Cuál es para Aristófanes el amor verdadero?
  10. ¿Qué conclusión extrae Aristófanes del mito de los andróginos para su definición del amor?
  11. ¿Qué crítica hace Agatón a los discursos anteriores?
  12. ¿Cuál es la causa del amor según Diótima?
  13. ¿Por qué afirma Diótima que el amor es filósofo?
  14. ¿Qué mito utiliza Diótima para explicar el nacimiento del amor?
  15. ¿Cómo debe realizarse según Diótima el ascenso a la belleza en sí?
  16. ¿Por qué compara Alcibíades a Sócrates con un sátiro?
  17. ¿Cómo intenta Alcibíades seducir a Sócrates?
  18. ¿Cuáles son, según Alcibíades, las virtudes de Sócrates?
  19. ¿Qué diferencias ves entre el discurso de Diótima y la pasión de Alcibíades?
  20. ¿Qué ocurre al final del diálogo? ¿Quiénes se duermen, quiénes siguen la conversación y quién se mantiene en pie? ¿Cuál es el papel de la ebriedad a lo largo del diálogo?

Textos para comentar

1. Introducción

2. Discurso de Fedro.

a) Amor es el dios más antiguo
b) Amor es el mejor educador posible pues es el origen de la virtud
c) Ejemplos míticos
d) Conclusión

3. Discurso de Pausanias.

a) Dos tipos de amor
b) El Amor vulgar
c) El Amor celeste
d) Las normas sobre la pederastia en otras regiones de Grecia.
e) La costumbre ateniense en lo que se refiere a la pederastia.
f) Pederastia y virtud

4. Discurso de Erixímaco

a) Universalidad del Amor
b) Dos tipos de amor.

5. Discurso de Aristófanes

a) Unidad del amor
b) Mito de los andróginos
b) Las consecuencias del castigo de Zeus
c) La solución de Zeus
d) Definición del amor.
e) Origen de las diferentes tendencias sexuales
f) Dignidad superior de la relación homosexual entre varones. El amor verdadero
g) Conclusión: definición del amor.
h) Despedida: Amor y felicidad

6. Discurso de Agatón

a) Introducción
b) Comienza el discurso de Agatón. Crítica a los discursos anteriores.
c) Amor es el más bello de los dioses.
c) Justicia, templanza, valentía y sabiduría del Amor.
d) Los dones del amor

7. Discurso de Sócrates-Diótima

a) Críticas a la retórica sofística
b) Diálogo con Agatón: El amor es siempre deseo de algo de lo que se carece.
c) Las enseñanzas de Diótima: El amor es un término medio entre los dioses y los hombres
d) El nacimiento del Amor.
e) El Amor es filósofo
f) Causa del error de Agatón.
g) Utilidad del amor para los hombres: la felicidad.
h) Amor: guía de todas las acciones humanas en busca de lo bueno y lo bello.
i) Crítica a Aristófanes
j) El objeto del amor y la acción que nos lo procura.
k) Procreación e inmortalidad.
l) Demostración de que es la procreación el objetivo final de todo amor, incluso del más heroico.
m) Es preferible ser fecundo según el alma que según el cuerpo.
n) Los auténticos misterios del amor: El ascenso hacia la belleza.
o) La belleza en sí
p) Resumen del proceso de ascenso hasta la Belleza.
q) La contemplación de la Belleza en sí es la mejor vida

8. Alcibíades: El elogio de Sócrates

a) Llegada de Alcibíades: el ataque de celos.
b) Los símiles de Alcibíades: comparación de Sócrates con las figuras de silenos con dioses en su interior y comparación de Sócrates con Marsias el sátiro.
c) Alcibíades retoma la comparación con los silenos
d) Alcibíades intenta seducir a Sócrates
e) Sócrates rechaza a Alcibíades: para él la belleza física y la riqueza es nada.
f) Las virtudes de Sócrates
g) Comparación de los discursos de Sócrates a las estatuillas de silenos que se abren.

9. Fin del Banquete

10. Bibliografía

1. Introducción

Apolodoro cuenta cómo llegaron a su conocimiento los discursos que componen el Banquete. Ante una audiencia de "hombres de negocios" se debate el tema del amor y Apolodoro recuerda que precisamente el día anterior le había contado a su amigo Glaucón los discursos que sobre el amor se habían pronunciado en casa de Agatón (escritor de tragedias) con ocasión de la celebración de su premio literario. Apolodoro, así como Fénix hijo de Filipo, recibió la información de Aristodemo, "un enamorado de Sócrates" que estuvo presente en el Banquete.

Apolodoro comienza elogiando la filosofía frente a los negocios:

Por mi parte, además, os diré que siempre que la conversación trate de filosofía, tanto si soy el que habla como si escucho a los demás, aparte de creer que saco provecho, me regocijo sobremanera. En cambio, cuando escucho otras conversaciones, especialmente las vuestras, las de los ricos y las de los hombres de negocios, personalmente siento hastío y por vosotros y vuestros compañeros compasión, porque creéis hacer algo de provecho sin hacer nada. Vosotros, a la inversa, tal vez creeréis que yo soy un desdichado, y opino que vuestra creencia es verdadera; pero yo, sin embargo, no lo creo de vosotros, sino que lo sé de cierto.

p. 14.

Aristodemo cuenta a Apolodoro cómo fue invitado a la fiesta de Agatón gracias a un encuentro casual con Sócrates:

Me contó Aristodemo que se había tropezado con él Sócrates, recién lavado y con las sandalias puestas -cosas que hacía muy pocas veces- y que al preguntarle adónde iba tan peripuesto le respondió: "A comer a casa de Agatón, pues ayer le esquivé en la celebración de la victoria por temor a la muchedumbre y quedé en hacerle hoy la visita. Por esta razón me he acicalado, para ir bello junto a un hombre bello. Pero tú -añadió-, ¿estarías dispuesto a ir al banquete sin ser invitado? —Y yo le respondí -me dijo Aristodemo-, haré lo que tú mandes.

p. 15.

Aristodemo recuerda cómo Sócrates quedaba paralizado cuando le asaltaba algún pensamiento:

Durante el camino, Sócrates, concentrando en sí su pensamiento, se quedaba atrás al andar y, como él le esperara, le ordenó que siguiera adelante.(...)

"Ese Sócrates se ha retirado al portal de los vecinos y allí está clavado sin moverse. Por más que le llamo, no quiere entrar."

-Qué cosas más extrañas dices! -exclamó Agatón-. Anda y llámale y no se te ocurra soltarlo.

Pero Aristodemo, según me dijo, se opuso:

-De ningún nodo. Dejadle, pues tiene esa costumbre. De cuando en cuando se aparta allí donde por casualidad se encuentra y se queda inmóvil. Llegará al momento, según creo. No le molestéis, pues. Dejadle en paz.

p. 16.

Agatón invita a Sócrates a reclinarse a su lado aventurando que quizás de ese modo se le contagie algo de su sabiduría. Sócrates le responde con ironía:

Bueno sería, Agatón, que el saber fuera de tal índole que, sólo con ponernos mutuamente en contacto, se derramara de lo más lleno a lo más vacío de nosotros, de la misma manera que el agua de las copas pasa, a través de un hilo de lana, de la más llena a más vacía. Si así también ocurre con la sabiduría, estimo en mucho el estar reclinado a tu lado, pues creo yo que tú derramarías sobre mí un amplio y bello saber hasta colmarse. El mío, posiblemente, es un saber mediocre, o incluso tan discutible en su realidad como un sueño, pero el tuvo puede muy bien ser resplandeciente y capaz de un gran progreso, ya que desde tu juventud ha brillado con tan gran esplendor y se ha puesto de manifiesto anteayer ante el testimonio de más de treinta mil griegos.

-Eres un insolente, Sócrates-respondió Agatón-, pero esa cuestión referente a nuestra sabiduría la resolveremos tú y yo un poco más tarde mediante litigio, tomando como juez a Dionisio.

p. 16.

El banquete comienza con el establecimiento de las normas relativas a la bebida. Pausanias (amante de Agatón) advierte que ha bebido mucho el día anterior y Aristófanes (escritor de comedias; se burló de Sócrates en Las nubes) afirma que también fue de los que se "empaparon" ayer, por lo que prefieren que se beba lo menos posible. Frente a estos Erixímaco, el médico, afirma que "la embriaguez es perjudicial para el hombre" y que no debe nunca beberse más de la cuenta. En cualquier caso, todos coinciden en no emborracharse.

Una vez que se ha acordado que se beba lo que "cada uno quiera" Erixímaco propone pasar la velada dedicada a la conversación y que se "mande a paseo" a la flautista (los banquetes griegos solían terminar en orgías y los o las flautistas asumían otras funciones cuando estaban ya todos borrachos).

Además, Erixímaco se hace eco de una queja de Fedro relativa a que se hacen himnos y alabanzas de todos los dioses excepto del Amor y, para consolarle, propone dedicar el banquete a que cada uno de los presentes pronuncie una "alabanza del Amor". Todos aceptan y comienza el Banquete.

2. Discurso de Fedro.

Fedro es el clásico joven griego educado por los sofistas -aparece en Protágoras-. Como buen dominador de la oratoria su discurso tiene la estructura de un himno: primero se canta la antigüedad y dignidad del dios, luego se pasa a relatar los bienes que puede producir y, por último, se dan ejemplos míticos que refuerzan lo dicho anteriormente.

a) Amor es el dios más antiguo:

-Pues el ser el dios más antiguo -afirmó- es un honor; y la prueba de que ello es así es ésta: el Amor no tiene padres, y nadie, ni prosista ni poeta, los menciona. Por el contrario, Hesíodo afirma que en primer lugar existió el Caos

... y luego
la Tierra de amplio seno, sede siempre firme de todas las cosas
y el amor...
(Teogonía, 116)

Y con Hesíodo coincide también Acusilao, en que después del Caos se produjeron estos dos seres: la Tierra y el Amor. Y Parménides dice respecto de la generación:

Fue Amor el primero que concibió de todos los dioses

p. 19.

b) Amor es el mejor educador posible pues es el origen de la virtud:

Así pues, por muy diversas partes se conviene en que el Amor es el dios más antiguo. Pero además de ser el más antiguo, es principio para nosotros de los mayores bienes. Pues yo al menos no puedo decir que exista para un joven recién llegado a la adolescencia mayor bien que tener un amante virtuoso, o para un amante, que tener un amado. Pues, en efecto, la norma que debe guiar durante toda la vida a los hombres que tengan la intención de vivir honestamente, ni los parientes, ni los honores, ni la riqueza, ni ninguna otra cosa son capaces de inculcarla en el ánimo tan bien como el amor. ¿Y cuál es esta norma de que hablo? La vergüenza ante la deshonra y la emulación en el honor, pues sin estos sentimientos es imposible que ninguna ciudad, ni ningún ciudadano en particular lleven a efecto obras grandes y bellas: Es más: os digo que cualquier enamorado, si es descubierto cometiendo un acto deshonroso o sufriéndolo de otro sin defenderse por cobardía, no le dolería tanto el haber sido visto por su padre, sus compañeros o cualquier otro como el haberlo sido por su amado.

Y si hombres tales combatieran en mutua compañía, por pocos que fueran, vencerían, por decirlo así, a todos los hombres, ya que el amante soportaría peor sin duda ser visto por su amado abandonando su puesto o arrojando sus armas que serlo por todos los demás, y antes que esto preferiría mil veces la muerte. Y en cuanto a abandonar al amado o a no socorrerle cuando se encuentre en peligro..., nadie es tan cobarde que el propio Amor no le inspire un divino valor, de suerte que quede en igualdad con el que es valeroso por naturaleza.

p. 19.

c) Ejemplos míticos:

Fedro pone a Alcestis como ejemplo de la fuerza y valentía que proporciona el amor sin límites pues dio su vida por su amado Admeto. Por ello fue recompensada por los dioses y rescatada su alma por Hércules del Hades.

Además, a dar la vida por otro únicamente están dispuestos los amantes, no sólo los hombres, sitio también las mujeres. Y de este hecho la hija de Pelias, Alcestis, proporciona un testimonio suficiente en apoyo de mi afirmación ante los griegos, ya que fue la única que estuvo dispuesta a morir por su marido, pese a que éste tenía padre y madre, a quienes sobrepasó aquélla tantísimo en afecto, debido a su amor, que demostró que eran como extraños para su hijo y parientes tan sólo de nombre.

p. 20.

Como ejemplo de cobardía por carecer del suficiente amor Fedro utiliza la historia de Orfeo ("cobarde, como buen citaredo") que, en lugar de querer morir para ir junto a Eurídice, se las arregló para internarse con vida en el Hades.

En cambio, a Orfeo, el hijo de Eagro, le despidieron del Hades sin que consiguiera su objeto, después de haberle mostrado el espectro de la mujer en busca de la cual había llegado, pero sin entregársela, porque les parecía que se mostraba cobarde, como buen citaredo, y no tuvo el arrojo de morir por amor como Alcestis, sino que buscóse el medio de penetrar con vida en el Hades. Por esta razón sin duda le impusieron también un castigo e hicieron que su muerte fuese a mano de mujeres.

p. 21.

Otro ejemplo de amor que no teme a la muerte es el de Aquiles, que, aun sabiendo que si mataba a Héctor moriría, no dudó en vengar a Pátroclo.

Platón critica el "desvarío" de Esquilo cuando afirma que Aquiles era el amante de Pátroclo pues Aquiles era un hombre más bello y más experimentado que Pátroclo. Los dioses estiman en gran medida la acción de Aquiles puesto que es más propia de la locura del amante que del amado.

En cambio, muy diferente fue el caso de Aquiles, el hijo de Tetis, a quien colmaron de honores y le enviaron a las Islas de los Bienaventurados, porque, pese a estar enterado por su madre de que moriría si daba muerte a Héctor y de que, si no hacía esto, regresaría a su casa y acabarían sus días en la vejez, prefirió valientemente, por prestar socorro y vengar a su amante Patroclo, no sólo sacrificar su vida por él, sitio seguirle en la muerte, una vez fallecido éste.

Por cierto que Esquilo desvaría al afirmar que fue Aquiles el amante de Patroclo, cuando era Aquiles no sólo más bello que Patroclo, sino también que todos los demás héroes; era todavía imberbe y, según eso, mucho más joven, como afirma Hornero . Pero si bien es verdad que los dioses estiman suavemente esta virtud en el amor, no obstante la admiran, se complacen en ella y la recompensan más cuando es el amado quien demuestra su afecto por el amante que cuando lo hace el amante por el amado, va que el amante es algo más divino que el amado, pues esta poseído de la divinidad. Por esta razón también honraron mas a Aquiles que a Alcestis, enviándole a las Islas de los Bienaventurados.

p. 21.

d) Conclusión

Fedro concluye afirmando que el amor es el más antiguo y el más digno de los dioses así como el camino hacia la virtud y la felicidad. Esto último contrasta un poco con los ejemplos que ha dado.

Así pues, lo que sostengo es que el Amor no sólo es el más antiguo de los dioses y el de mayor dignidad, sino también el más eficaz para que los hombres, tanto vivos como muertos, consigan virtud y felicidad.

p. 21.

3. Discurso de Pausanias.

Amante de Agatón -el joven más bello del banquete y al que Aristófanes ridiculiza por afeminado-. Pausanias es autor de un libro en el que defiende la pederastia. El discurso de Pausanias abandona el terreno mítico y se centra en una especie de "sociología del amor". La pregunta que Pausanias intenta responder es la siguiente: ¿cuándo es legítimo o virtuoso que un amado ceda a las pretensiones sexuales de su amante? La respuesta habitual en la sociedad ateniense era que el amado sólo debía ceder si la relación tenía como fin último la formación y la virtud del alma. Pausanias es misógino y vehemente defensor de la homosexualidad.

a) Dos tipos de amor

Pausanias afirma que "no hay Afrodita sin amor", es decir, que no existe el amor si no tiene un objeto. Pero, del mismo modo que existen dos Afroditas, existen dos tipos de Amor: celeste y vulgar. Ninguna acción, incluida el amor, es en sí, ni bella ni fea; todo depende del modo en que se ejecute. Sólo el amor celeste es bello y digno de alabanza.

Todos sabemos que no hay Afrodita sin Amor. En el caso, pues, de que fuera única habría tan sólo un Amor, pero como existen dos, necesariamente habrá dos amores. ¿Y cómo negar que son dos las diosas? Una de ellas, la mayor probablemente, no tuvo madre y es hija de Urano (el Cielo), por lo cual le damos el nombre de Urania (Celeste); la otra, la más joven, es hija de Zeus y de Dione y la llamamos Pandemo (Vulgar). De ahí que sea necesario también llamar con propiedad al Amor que colabora con esta última Pandemo (Vulgar) y al otro Uranio (Celeste).

Ahora bien: se debe, sí, alabar a todos los dioses, pero, por supuesto, hay que intentar decir los atributos que a cada uno le han tocado en suerte. Toda acción, en efecto, en sí misma no es ni bella ni fea, como, por ejemplo, lo que nosotros ahora hacemos, beber, cantar o conversar. Ninguna de estas cosas en sí es bella, pero en el modo de realizarla, según se ejecute, resulta de una forma o de otra, pues si se efectúan bien y rectamente resulta bella, y en caso contrario, torpe. De la misma manera no todo amar ni todo Amor es bello ni digno de ser encomiado, sino sólo aquel que nos impulse a amar bellamente.

p. 22.

b) El Amor vulgar

Las características del Amor vulgar son las siguientes: le resultan indiferentes mujeres o mancebos, busca ante todo el cuerpo y prefiere a los individuos algo necios. Normalmente se deja llevar por el azar lo cual es propio de una diosa demasiado joven y con un "indigno" origen heterosexual.

Pues bien: el Amor de Afrodita Pandemo verdaderamente es vulgar y obra al azar. Éste es el amor con que aman los hombres viles. En primer lugar, aman por igual los de tal condición a mujeres y mancebos; en segundo lugar, aman en ellos más sus cuerpos que sus almas y, por último, prefieren los individuos cuanto más necios mejor, pues tan sólo atienden a la satisfacción de su deseo, sin preocuparse de que el modo de hacerlo sea bello o no. De ahí que les suceda el darse a lo que el azar les depare, tanto si es bueno como si no lo es, pues procede este amor de una diosa que es mucho más joven que la otra y que en su nacimiento tiene la participación de hembra y varón.

p. 22.

c) El Amor celeste

Las características del Amor Celeste son: busca lo masculino (pues es de naturaleza más fuerte y de mayor entendimiento) y, entre lo masculino, sólo cuando el joven ha alcanzado algo de madurez y entendimiento. Quienes así lo hacen se entiende que buscan una relación para toda la vida. En cambio aquellos que buscan sólo un cuerpo en el que satisfacer su deseo prefieren a los niños que no han madurado y pueden ser burlados fácilmente. A éstos se les debería prohibir enamorarse de los niños aun sin madurar del mismo modo que se les prohíbe enamorarse de las "mujeres libres". Por culpa de estos "enamorados vulgares" está mal visto en Atenas conceder favores al amante.

En cambio, el de Urania deriva de una diosa que, en primer lugar, no participa de hembra, sino tan sólo de varón (es este amor el de los muchachos) y que, además, es de mayor edad y está exenta de intemperancia. Por esta razón es a lo masculino adonde se dirigen los inspirados por este amor, sintiendo predilección por lo que es por naturaleza más fuerte y tiene mayor entendimiento. Pero se puede reconocer incluso en la misma pederastia a los que van impulsados meramente por este amor, puesto que tan sólo se enamoran de los muchachos cuando ya empiezan a tener entendimiento, lo que sucede aproximadamente al despuntar la barba. Pues, creo yo, que los que empiezan a amar a partir de este momento están dispuestos a tener relaciones con el amado durante toda la vida y a vivir en común con él, en vez de engañarle, por haberle cogido en la inexperiencia de la juventud, y, tras haberle burlado, marcharse de su lado en pos de otro. Y debiera incluso existir una ley que prohibiera amar a los muchachos, para que no se gastase en un resultado incierto una gran solicitud, pues no se sabe adónde irán a parar éstos cuando alcancen su pleno desarrollo, tanto respecto a maldad o virtud de alma, como de cuerpo. Los hombres de bien, es cierto, se imponen a sí mismos esta ley de buen grado, pero sería preciso también obligarles a hacer lo propio a esos enamorados «vulgares», de la misma manera que los forzamos, en lo que podemos, a no enamorarse de las mujeres libres. Pues son éstos también los que han originado el escándalo, de suerte que algunos osan decir que es vergonzoso conceder favores a los amantes. Mas lo dicen mirando a éstos y viendo su inoportunidad y su falta de sentido de lo justo, ya que sin duda alguna cualquier acción puede en justicia recibir vituperio.

p. 23.

d) Las normas sobre la pederastia en otras regiones de Grecia.

La norma sobre la pederastia en otras partes de Grecia es más sencilla que en Atenas y Esparta: en Elide y Beocia es bello complacer siempre a los amantes. En muchas partes de la Jonia, gobernadas por bárbaros, es deshonrosa la práctica de la pederastia y la causa de esto es, según Pausanias, de tipo "político" puesto que los tiranos temen que la afición a los ejercicios corporales y la camaradería entre hombres produzcan núcleos subversivos (Aristogitón y Harmodio, por ejemplo). Por tanto, la prohibición de la pederastia es el producto de un sistema político malvado y unas gentes conformistas mientras que su aceptación es producto de la "inercia del alma".

Así pues, allí donde se ha establecido que es deshonroso complacer a los enamorados, ha quedado así sentado por maldad de los que establecieron el principio, por ambición de los gobernantes y por falta de hombría de los gobernados; en cambio, allí donde se ha tenido sin más por bueno, ha sido la causa la inercia de alma de los que instituyeron la norma.

p. 23.

e) La costumbre ateniense en lo que se refiere a la pederastia.

La costumbre ateniense es permisiva con la pederastia aunque con matices: se entiende que lo correcto es amar a los más nobles y mejores, aunque sean más feos. Se da una gran libertad al enamorado pues cualquier acto extravagante que cometa estará justificado y no estará obligado a cumplir ningún juramento. Podría dar la impresión de que la pederastia está bien vista pero, al mismo tiempo, los padres ponen "pedagogos" al cuidado de sus hijos y existe una fuerte presión social para que el joven no ceda a los requerimientos del amado. Pausanias cree que para entender esta contradicción entre permisividad y reprobación de la pederastia en la sociedad ateniense hay que atender a que lo que está justificado socialmente es el Amor Celeste y no el Vulgar.

Pero la verdad sobre esta costumbre, según creo, es la siguiente: no es algo absoluto, como se dijo al principio, y de por sí no es ni bella, ni fea, sino bella cuando se efectúa bellamente y fea cuando se efectúa torpemente. Así pues, es cosa realizada de fea manera el complacer a un hombre vil vilmente; y de bella manera, en cambio, el ceder a un hombre de bien en buena forma. Y es hombre vil aquel enamorado vulgar, que ama más el cuerpo que el alma y que, además, ni siquiera es constante, ya que está enamorado de una cosa que no es constante, pues tan pronto como cesa la lozanía del cuerpo, del que precisamente está enamorado, se marcha en un vuelo, tras mancillar muchas palabras y promesas. En cambio, el que está enamorado de un carácter virtuoso lo sigue estando a lo largo de toda su vida, va que está inseparablemente fundido con una cosa estable.

p. 24.

f) Pederastia y virtud:

  • El amado puede comprobar si su enamorado busca su cuerpo o su alma no dejándose conquistar prontamente y no rindiéndose al dinero o a la "pujanza política" del enamorado.
  • Sólamente es legítima la relación cuando el amante aporta sabiduría moral y el amado aprende a ser virtuoso: en este caso coincide el amor a la sabiduría y el amor a los mancebos.
  • Si el objetivo del amado al ceder al amante es la virtud no es deshonroso que se vea engañado puesto que con su actitud ha demostrado que perseguía sólo la virtud. En cambio aquel que buscando dinero ceda al amante no puede quejarse si al final resulta engañado.

Así, ésta es la causa de que se considere deshonroso, en primer lugar, el dejarse conquistar prontamente, lo que tiene por objeto el que transcurra el tiempo, que parece ser una excelente piedra de toque para la mayoría de las cosas; en segundo lugar, el rendirse al dinero o a la pujanza política, bien sea que por recibir daños se asuste uno y no se sepa resistir, o bien que, por recibir beneficios en dinero o en manejos políticos, no sea uno capaz de desdeñarlos. Pues ninguna de estas cosas parece segura ni estable, aparte de que tampoco nace de ellas una noble amistad. Por tanto, sólo le queda una salida al amado, según costumbre, si tiene la intención de complacer honrosamente al amante.

En efecto, de la misma manera que a los amantes les era posible hacerse voluntariamente los esclavos de sus amados en cualquier clase de esclavitud, sin que ésta fuera adulación, ni cosa reprochable, es norma también entre nosotros considerar que hay además otra esclavitud voluntaria no vituperable, una tan sólo: la relativa a la virtud. Pues está establecido que si alguno está dispuesto a servir a alguien por pensar que gracias a éste se hará mejor en algún saber o en alguna otra parte constitutiva de la virtud, esa su voluntaria servidumbre no es deshonrosa ni se debe tener por adulación. Y es preciso que esas dos normas, la relativa al amor de los mancebos y la relativa al amor de la sabiduría y a toda forma de virtud, coincidan en una sola, si ha de suceder que resulte una cosa bella el que el amado conceda su favor al amante. Pues cuando coinciden en un mismo punto el amante y el amado, cada cual con su norma -uno la de servir a los amados que se le entregan en todo servicio que fuere justo hacer y el otro la de colaborar con el que le hace sabio y bueno en lo que a su vez sea de justicia-, como puede el uno ponerse a contribución en cuanto a sabiduría moral y demás virtudes y el otro necesita hacer adquisiciones en cuanto a educación y saber en general, coinciden entonces las dos normas en una sola y tan sólo en esta ocasión, jamás en otra alguna, sucede que es bello que el amado ceda al amante-.

En tal caso, incluso el ser engañado no es deshonroso: en todos los demás, la complacencia acarrea el deshonor, se sea engañado o no. Pues si alguno, que por dinero ha complacido a un amante en la idea de que era rico, resultase engañado y no recibiera dinero, por haberse descubierto que era pobre, la cosa no sería menos vergonzosa, ya que el que así obra parece poner en evidencia su propia condición, es decir, que por dinero haría cualquier favor a cualquiera, y esto no es bello. Y por idéntico motivo, si alguno, en la idea de complacer a un hombre de bien y de que iba a hacerse mejor por su amistad hacia el amante, fuese engañado por rebelarse el amante malvado y desprovisto de virtud, su engaño, a pesar de todo, es bello, porque a la inversa parece haber puesto éste de manifiesto que, en lo que depende de sí por la virtud y por hacerse mejor estaría dispuesto a todo con todo el mundo.

p. 25-26.

4. Discurso de Erixímaco

Termina el discurso de Pausanias y le llega al turno a Aristófanes, que ya debe estar algo borracho pues tiene hipo, así que da paso a Erixímaco, el médico. Este le recomienda a Aristófanes que contenga la respiración, que haga gárgaras con agua o que intente estornudar.

a) Universalidad del Amor:

Cierto es que la existencia de dos tipos de Amor la ha distinguido en mi opinión acertadamente; pero que no sólo existe en las almas de los hombres como una atracción hacia los bellos mancebos, sino también en las demás cosas como una inclinación hacia otros muchos objetos, tanto en los cuerpos de todos los animales como en los productos de la tierra y, por decirlo así, en todos los seres, es un hecho que creo tenerlo bien observado gracias a la medicina, nuestro arte; es decir, que ese dios es grande y admirable y a todo extiende su poder, tanto en el orden humano como en el orden divino.

p. 27.

b) Dos tipos de amor.

En la medicina, en la gimnástica, en la agricultura, en la música, en todas las actividades humanas y en toda la naturaleza existen dos tendencias: una "morigerada" o armoniosa y otra desordenada o caótica las cuales se corresponden con el Amor Celeste y el Amor Vulgar respectivamente.

La salud consiste en la armonía interna de los elementos que componen al hombre, del mismo modo que el buen tiempo consiste en el equilibrio de las estaciones. La enfermedad o las catástrofes climáticas tienen su origen cuando tanto los hombres como el tiempo atmosférico caen en los excesos.

Por ejemplo, en el deleite carnal debe buscarse siempre lo más morigerado y evitar caer en el exceso: lo mismo vale para el arte amatorio y para el arte culinario.

Lo que se requiere, por tanto, respecto de los elementos que dentro del cuerpo son más enemigos entre sí, es ser capaz de hacerlos amigos y de amarse mutuamente. Y son los elementos más enemigos entre sí los más opuestos; lo frío con lo caliente, lo amargo con lo dulce, lo seco con lo húmedo y todas las cosas de este tipo. En ellas supo infundir amor y concordia nuestro antepasado Asclepio; como dicen estos poetas y yo les creo, y así constituyó muestro arte. La medicina, pues, como digo, se rige en su totalidad por este dios; pero otro tanto ocurre con la gimnástica y la agricultura (...)

Y es éste el Amor que es bello, el que es "celeste", el que procede de la musa Urania. En cambio, el de Polimnia es el "vulgar", que se debe aplicar prudentemente a quienes se aplique, para recoger, llegado el caso, el placer que proporciona sin que dé origen a ningún exceso; así, en nuestra profesión es sumamente delicado manejar bien los apetitos relativos al arte culinario, de modo que se recoja el fruto del placer sin que se origine enfermedad.

Por consiguiente, no sólo en la música y en la medicina, sino también en todas las demás actividades divinas y humanas, en lo que esto se puede hacer, ha de vigilarse uno y otro amor, pues ambos se dan en ellas. Incluso la ordenación de las estaciones del año está llena de ambos amores y, siempre que en sus recíprocas relaciones les toca en suerte el amor morigerado a esos contrarios de que hablaba hace un momento -lo caliente y lo frío, lo seco y lo húmedo- y de él reciben armonía y temperada mezcla, traen con su llegada prosperidad y salud a los hombres, a los animales y a las plantas y no ocasionan ningún daño. En cambio, cuando es el Amor incontinente el que predomina con relación a las estaciones del año, destruye y daña muchas cosas. En efecto, las epidemias suelen producirse de tales causas e igualmente otras muchas y diferentes enfermedades, tanto en los animales como en las plantas. Así, las escarchas, los granizos y el tizón de los granos se producen por recíproca preponderancia y desorden de tales tendencias amorosas, cuyo conocimiento en relación con las órbitas de los astros y de las estaciones del año se llana astronomía.

p. 28-29.

5. Discurso de Aristófanes

Empieza Aristófanes burlándose de las teorías de Erixímaco afirmando que el hipo se ha curado sólo después de estornudar con lo cual supone que ha sido gracias a que la parte morigerada del cuerpo "desea tales ruidos y cosquilleos". Erixímaco promete venganza y Aristófanes se disculpa.

- Bien es verdad que ha cesado, pero no antes de aplicarle el estornudo, de manera que me pregunto admirado si es la parte "morigerada" del cuerpo la que desea tales ruidos y cosquilleos, como es el estornudo, pues cesó el hipo en el momento mismo que le apliqué el estornudo.

p. 30.

a) Unidad del amor

El "poder" del amor que es menospreciado por los hombres. La unidad del Amor frente a los dos amores que distinguen Erixímaco y Pausanias.

-En verdad Erixímaco -comenzó Aristófanes-, que se me ocurre hablar en forma distinta a como tú y Pausanias lo hicisteis. En efecto, me parece que los hombres no se dan en absoluto cuenta del "poder" del Amor, ya que si se la dieran le hubieran construido los más espléndidos templos y altares y harían en su honor los más solemnes sacrificios. Ahora, por el contrario, nada de eso se hace, por más que debiera hacerse antes que cosa alguna; pues es el Amor el más filántropo de los dioses en su calidad de aliado de los hombres y médico de males, cuya curación aportaría la máxima felicidad al género humano.

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b) Mito de los andróginos

En un principio eran tres los géneros entre los hombres: masculino, femenino y andrógino, que era partícipe de los dos anteriores. Los andróginos tenían dos cabezas, cuatro brazos, cuatro piernas y caminaban dando vueltas. Fuertes como titanes, los andróginos se rebelaron contra los dioses y construyeron una escalera para ascender hasta el Olimpo ("Babel"). Zeus decidió vengarse de esta osadía y castigó la insolencia de los andróginos partiéndolos a la mitad y advirtiéndoles que, en el caso de reincidir, los volvería a cortar en dos obligándoles a andar a la "pata coja".

Con gran trabajo, al fin Zeus concibió una idea y dijo: "Me parece tener una solución para que pueda haber hombres y para que, por haber perdido fuerza, cesen su desenfreno. Ahora mismo voy a cortarlos en dos a cada uno de ellos y así serán a la vez más débiles y más útiles para nosotros por haberse multiplicado su número. Caminarán en posición erecta sobre dos piernas; pero si todavía nos parece que se muestran insolentes y que no quieren estar tranquilos, de nuevo los cortaré en dos, de suerte que anden en lo sucesivo sobre una sola pierna, saltando a la pata coja."

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Tras cortarlos a la mitad, Apolo les daba la vuelta al rostro de modo que tuviesen siempre a la vista el corte y, por tanto, la venganza de Zeus. De esta manera, los andróginos quedaban con los genitales donde ahora tenemos el "culo". Sin embargo, cada mitad añoraba de tal manera a su otra mitad que se buscaban y se abrazaban queriendo fundirse de nuevo en una sola naturaleza, "muriendo de hambre" en su desesperación.

b) Las consecuencias del castigo de Zeus

...una vez que fue separada la naturaleza humana en dos, añorando cada parte a su propia mitad, se reunía con ella. Se rodeaban con sus brazos, se enlazaban entre sí, deseosos de unirse en una sola naturaleza, y morían de hambre y de inanición general, por no querer hacer nada los unos separados de los otros.

Así, siempre que moría una de las mitades y quedaba sola la otra, la que quedaba con vida buscaba otra y se enlazaba a ella, bien fuera mujer entera -lo que ahora llamamos mujer- la mitad con que topara o de varón, y así perecían.

p. 32.

c) La solución de Zeus

Zeus se compadeció de los andróginos e ideó una solución para combatir su tristeza. Les colocó las "vergüenzas" hacia delante de modo que, en el abrazo, si el andrógino topaba con una mujer tuviese lugar la reproducción y si topaba con hombre que encontrase un compañero.

Mas compadeciéndose Zeus, imaginó otra traza, y les cambió de lugar sus vergüenzas, colocándolas hacia adelante, pues hasta entonces las tenían en la parte exterior y engendraban y parían no los unos en los otros, sino en la tierra, como las cigarras. Y realizó con esta forma la transposición de sus partes pudendas hacia delante e hizo que mediante ellas tuviera lugar la generación en ellos mismos, a través del macho en la hembra, con la doble finalidad de que, si en el abrazo sexual tropezaba el varón con mujer, engendraran y se perpetuara la raza, y si se unían macho con macho, hubiera al menos hartura del contacto, tomaran un tiempo de descanso, centraran su atención en el trabajo y se cuidaran de las demás cosas de la vida.

p. 32.

d) Definición del amor.

El amor se define como la necesidad humana de recobrar su antigua naturaleza. El hombre es un ser incompleto que busca constantemente a su otra parte que le de sentido a su vida.

Desde tan remota época, pues, es el amor de los unos a los otros connatural a los hombres y reunidor de la antigua naturaleza, y trata de hacer un solo ser de los dos y de curar a la naturaleza humana. Cada uno de nosotros, efectivamente, es una contraseña de hombre, como resultado del corte en dos de un solo ser, y presenta sólo una cara, como los lenguados. De ahí que busque siempre cada uno a su propia contraseña.

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e) Origen de las diferentes tendencias sexuales

Según el andrógino originario fuese combinación de un hombre y una mujer o de dos mujeres o de dos hombres tendremos los tres tipos posibles de orientación sexual: heterosexual, mujeres y varones homosexuales. Los varones homosexuales son, en opinión de Aristófanes, los más viriles y valientes por naturaleza y, por tanto, los más aptos para la política.

Así pues, cuantos hombres son sección de aquel ser partícipe de ambos sexos, que entonces se llamaba andrógino, son mujeriegos; los adúlteros también en su mayor parte proceden de este género, y asimismo, las mujeres aficionadas a los hombres y las adúlteras derivan también de él. En cambio, cuantas mujeres son corte de mujer no prestan excesiva atención a los hombres, sino que más bien se inclinan a las mujeres, y de este género proceden las tríbadas. Por último, todos los que son sección de macho, persiguen a los machos, y mientras son muchachos, como lonchas de macho que son, aman a los varones y se complacen en acostarse y en enlazarse con ellos; éstos son precisamente los mejores entre los niños y los adolescentes, porque son en realidad los más viriles por naturaleza. Algunos, en cambio, afirman que son unos desvergonzados. Se equivocan, pues no hacen esto por desvergüenza, sino por valentía, virilidad y hombría, porque sienten predilección por lo que es semejante a ellos. Y hay una gran prueba de que es así: cuando llegan al término de su desarrollo, son los de tal condición los únicos que resultan viriles en la política.

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f) Dignidad superior de la relación homosexual entre varones. El amor verdadero

El varón homosexual tendrá hijos sólo por obligación legal y se convertirá en "pederasta" y "filerasta". Pero cuando encuentre a su otra mitad su único deseo será fundirse con el amado en un solo ser.

Mas una vez que llegan a adultos, aman a su vez a los mancebos, y si piensan en casarse y tener hijos, no es por natural impulso, sino por obligación legal; les basta con pasarse la vida en mutua compañía sin contraer matrimonio. Y ciertamente el que es de tal índole se hace "pederasta", amante de los mancebos, y "filerasta", amigo del amante, porque siente apego a lo que le es connatural. Pero cuando se encuentran con aquella mitad de sí mismos, tanto el pederasta como cualquier otro tipo de amante, experimentan entonces una maravillosa sensación de amistad, de intimidad y de amor, que les deja fuera de sí, y no quieren, por decirlo así, separarse los unos de los otros ni siquiera un instante. Éstos son los que pasan en mutua compañía su vida entera y ni siquiera podrían decir qué desean unos de otros. A ninguno, en efecto, le parecería que ello era la unión en los placeres afrodisíacos y que precisamente ésta es la causa de que se complazca el uno en la compañía del otro hasta tal extremo de solicitud. No; es otra cosa lo que quiere, según resulta evidente, el alma de cada uno, algo que no puede decir, pero que adivina confusamente y deja entender como en enigma.

Así, si cuando están acostados en el mismo lecho se presentara junto a éste Hefesto con sus utensilios y les preguntase: "¿Qué es lo que queréis, hombres, que os suceda mutuamente?", y si, al no saber ellos qué responder, les volviese a preguntar: "¿Es acaso lo que deseáis el uniros mutuamente lo más que sea posible, de suerte que ni de noche ni de día os separéis el uno del otro? Si es eso lo que deseáis, estoy dispuesto a fundiros y a amalgamaros en un mismo ser, de forma que, siendo dos, quedéis convertidos en uno sólo y que, mientras dure vuestra vida, viváis en común como si fuerais un solo ser, y una vez que acabe ésta, allí también, en el Hades, en vez de ser dos seáis uno sólo, muertos ambos de común. Ea! Mirad si es esto lo que deseáis y si os dais por contentos con conseguirlo". Al oír esto, sabemos que ni uno sólo se negaría ni demostraría tener otro deseo, sino que creería simplemente haber escuchado lo que ansiaba desde hacía tiempo: reunirse y fundirse con el amado y convertirse de dos seres en uno sólo.

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g) Conclusión: definición del amor.

Somos, por naturaleza, seres incompletos: el amor es la necesidad de restituir nuestra antigua naturaleza, el deseo y la persecución de ese "todo".

Pues la causa de este anhelo es que nuestra primitiva naturaleza era la que se ha dicho y que constituíamos un todo; lo que se llama amor, por consiguiente, es el deseo y la persecución de ese todo. Anteriormente, como digo, constituíamos un solo ser, pero ahora, por nuestra injusticia, fuimos disgregados, por la divinidad...

p. 33.

h) Despedida: Amor y felicidad

Aristófanes advierte a Erixímaco que no se burle de él acusándole de haber preparado un discurso para complacer los oídos de Agatón y Pausanias. Y termina su discurso defendiendo que el único camino hacia la felicidad es el amor.

Lo que yo digo lo aplico en general a hombres y a mujeres, y es que tan sólo podría alcanzar la felicidad nuestra especie si lleváramos el amor a su término de perfección y cada uno consiguiera el amado que le corresponde, remontándose a su primitiva naturaleza. Y si esto es lo mejor, necesariamente en el estado actual de las cosas será lo mejor lo que más cerca esté de este ideal. Y esto es el de conseguir un amado que por naturaleza coincida con la índole de uno. Así pues, si a quien celebramos es al dios que origina esto, celebraremos con razón al Amor, que en el presente es el que mayor servicio nos presta por conducirnos a lo que es afín a nosotros, y que, para el futuro, hace nacer en nosotros las mayores esperanzas de que, si mostramos piedad hacia los dioses, nos reintegrará a nuestra primitiva naturaleza y, curándonos, nos hará bienaventurados y felices.

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6. Discurso de Agatón

a) Introducción

Erixímaco acepta la advertencia de Aristófanes convencido por la belleza y profundidad de su discurso y sospecha que, si no fuesen Agatón y Sócrates ("expertos en cuestiones eróticas") los que faltan por hablar, ya estaría todo dicho. Por su parte, Sócrates dice estar abrumado por la responsabilidad de hablar después del excelso Agatón. Este le pide a Sócrates que no lo ponga nervioso adulándolo más de la cuenta. Y Sócrates le responde que sus alabanzas están justificadas pues el día anterior había presentado su obra a un auditorio repleto de atenienses con gran éxito. Agatón le responde que no puede compararse a la "masa", al "vulgo", con un pequeño grupo de "sabios" elegidos. Y Sócrates aprovecha para poner a Agatón en el siguiente aprieto: ¿es que temes hacer algo feo ante personas sabias pero no ante el vulgo? Fedro interrumpe este diálogo porque advierte que si dejan a Sócrates continuar se dejarán de lado los discursos sobre el Amor. En este intermedio dialogado se observa como Sócrates corteja a Agatón lo cual tendrá su importancia con la llegada posterior de Alcibíades.

-No haría bien, Agatón -dijo Sócrates-, si supusiera en ti alguna rusticidad. Bien sé que si tropezaras con unos cuantos que creyeras sabios, te preocuparías mucho más de ellos que de la masa. Pero me temo que nosotros no somos esos hombres, pues estuvimos también en el teatro y formábamos parte del vulgo. Ahora bien: si te encontraras con otros, sabios de verdad, tal vez sentirías vergüenza entre ellos si creyeras que hacías algo que era feo. ¿Qué dices a esto?

-Que dices la verdad -respondió.

-¿Y no sentirías, en cambio, vergüenza ante el vulgo si creyeras hacer algo feo?

Aquí, me contó Aristodemo, les interrumpió Fedro, que dijo:

-Querido Agatón, si respondes a Sócrates, ya no le interesará nada de lo de aquí, suceda lo que suceda y del modo que sea, con tal de tener alguien con quien dialogar, especialmente si es un bello mancebo. Por lo que a mí respecta, me gusta oír a Sócrates conversar, pero me es necesario, sin embargo, en beneficio del Amor, velar por su alabanza y recibir de cada uno de vosotros vuestro discurso. Así que, cuando haya prestado cada uno su contribución al dios, que dialogue entonces sin más.

-Tienes razón, Fedro -dijo Agatón-, y nada me impide hablar, pues con Sócrates tendré después mil ocasiones de conversar.

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b) Comienza el discurso de Agatón. Crítica a los discursos anteriores.

El discurso de Agatón está elaborado según las reglas de la retórica sofística -es más, a veces parece afectado de un enfermizo amaneramiento-, más concretamente de Gorgias, y da pie a las críticas de Sócrates a ese movimiento filosófico que busca más la persuasión que la verdad. Es interesante la antinomia que establece entre la Necesidad y el Amor

Agatón comienza su discurso criticando a los anteriores porque se han limitado a felicitarse de los beneficios que nos proporciona el Amor pero no han tratado lo fundamental: ¿qué es el Amor? y ¿cuáles son sus dones? Éste será el punto de partida de Sócrates.

En mi opinión, todos los que han hablado antes no han alabado propiamente al dios, sino felicitado a los hombres por los beneficios que el dios les proporciona; en cambio, qué cualidades reúne en sí para haberle otorgado esos dones, eso no lo ha dicho ninguno. Pero solo hay un modo correcto de hacer cualquier encomio sobre cualquier cosa: exponer detalladamente cómo es y qué efectos produce la cosa sobre la cual se esté hablando. De esta manera, es justo también que alabemos al Amor; primero en sí, tal como es, y luego en sus dádivas.

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c) Amor es el más bello de los dioses.

Seguidamente Agatón afirma que Amor es el más bello de los dioses por los siguientes motivos:

  • es el más joven lo cual queda probado porque de todos es sabido que el amor huye velozmente de la vejez. Además, si fuese tan antiguo como afirmaba Fedro, no habría habido tanto crimen y tanta sangre entre los dioses pues el Amor trae consigo necesariamente la paz.
  • es el más delicado, tan delicado como la diosa Ate, que no posa sus pies sobre el suelo sino que camina sobre las cabezas de los hombres. Pues el amor, afirma Agatón, camina no sobre los blandos cráneos sino sobre lo más blando todavía: sobre los corazones y las almas de los hombres. Y de estas huye siempre de las más duras y sólo se instala con gusto en aquellos caracteres blandos.
  • es flexible de forma pues si no lo fuera no podría penetrar y expandirse insensiblemente en las almas.
  • es proporcionado de formas pues cualquiera puede observar que el amor huye siempre de la deformidad.
  • "la belleza de su tez" se demuestra observando simplemente que el amor sólo se manifiesta en aquello que está en flor y nunca marchito.

La belleza de su tez la indica ese modo de vivir del dios entre flores, porque en lo que no está en flor o está marchito, bien sea cuerpo o alma o cualquier otra cosa, no reside Amor, mas donde haya lugar florido y perfumado, allí aposenta su sede y permanece.

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c) Justicia, templanza, valentía y sabiduría del Amor.

Además de bello el Amor:

  • es justo pues no comete injusticia ni violencia sobre dioses u hombres pues al amor todos "obedecen" de buen grado.
  • es maestro de templanza pues "la templanza es el dominio de los placeres y no hay ningún placer más fuerte que el amor" de modo que, dominando a los demás placeres, tendrá absoluta templanza.
  • es superior en valentía a Ares, lo que queda probado porque no es Afrodita quien se vuelve loca por Ares sino a la inversa y "es superior lo que domina a lo dominado"
  • es sabio pues es el impulso que guía a todo conocimiento productivo (techné). Amor es poeta porque por muy negado para las musas que se sea cuando te toca el amor todo el mundo hace versos. Amor es el origen de todos los seres y de todas las artes: la medicina y la adivinación (Apolo), la música (las musas), la forja (Hefesto), el tejer (Atenea) y el "arte de gobernar a los dioses y a los hombres" (Zeus).
  • estableció un orden entre los dioses, el orden de la belleza y desterró para siempre el absolutismo de la Necesidad que tantos horrores había traído al mundo de los dioses.

De ahí también que se estableciera un orden en las cosas de los dioses cuando entre ellos apareció el amor -claro es que el de la belleza, pues no se posa Amor en fealdad-. Hasta entonces, como dije al principio, tuvieron lugar entre los dioses muchos horrores, según se cuenta, por culpa del reinado de la Necesidad, pero una vez que nació ese Dios, del amar las cosas bellas se han seguido toda clase de bienes, tanto para los dioses como para los hombres.

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d) Los dones del amor

Una vez establecido qué es el amor en sí pasa Agatón a narrar sus dádivas: amistad, bondad, sociabilidad, "lujo y molicie", belleza...

Esta es mi opinión, Fedro: el Amor, por ser ante todo sumamente bello y excelente en sí, es causa después para los demás de otras cosas semejantes. Y se me ocurre también decir en verso que es él quien crea:

En los hombres la paz, en el piélago calma sin brisa,
el reposo en los vientos y el sueño en las cuitas.

Es él quien nos vacía de hostilidad y nos llena de familiaridad, quien ha instituido todas las reuniones como ésta para que las celebremos en mutua compañía y el que en las fiestas, en las danzas y en los sacrificios se hace nuestro guía; nos procura mansedumbre, nos despoja de rudeza; amigo de dar benevolencia, jamás da malevolencia; es benigno en su bondad; digno de ser contemplado por los sabios, de ser admirado por los dioses; envidiable para los que no le poseen, digno de ser poseído por los favorecidos por la suerte; del lujo, de la molicie, de la delicadeza, de las gracias, del deseo, de la añoranza, es padre; atento con los buenos, desatento con los malos; en la fatiga, en el temor, en el deseo, en el discurso, es piloto, compañero de armas y salvador excelso; ornato de todos, dioses y hombres, y guía de coro, el más bello y el mejor, a quien deben seguir todos los hombres elevando himnos en su honor y tomando parte en la oda que entona y con la que embelesa la mente de todos, dioses y hombres.

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7. Discurso de Sócrates-Diótima

a) Críticas a la retórica sofística

Al terminar Agatón todos aplauden y Sócrates se queja a Erixímaco de la dificultad que supone hablar tras él. Sócrates dice que el discurso de Agatón le ha recordado la oratoria del invencible Gorgias. Sin embargo se atreve con su discurso pues no pretende hacer un elogio del Amor a la manera sofista sino simplemente decir la verdad.

Tanto es así, que cuando reflexionaba que no iba a ser capaz de decir nada bello que pudiera aproximarse siquiera a estas palabras, poco faltó para que por vergüenza me escapara, y lo hubiera hecho, de haber tenido algún medio. Me traía, en efecto, su discurso el recuerdo de Gorgias, de tal forma que pasé, ni más ni menos, por esa situación que cuenta Homero, temía que, al terminar Agatón, arrojara en su discurso la cabeza de Gorgias, ese terrible orador, sobre el mío y me convirtiera en piedra por la imposibilidad de emitir palabra.

Fue entonces cuando me di cuenta de lo ridículo que era cuando os prometí hacer en turno con vosotros un encomio del Amor y afirmé que era entendido en cuestiones amorosas, por más que no sabía nada de ese asunto de cómo se debe hacer un encomio cualquiera. Llevado por mi ignorancia, yo creía que se debía decir la verdad sobre cada una de las cualidades de la cosa encomiada, aunque también fuera posible escoger entre ellas las más bellas y exponerlas de la manera más brillante posible. Grande era ciertamente mi presunción de que iba a hablar bien, ¡como si conociera la manera verdadera de hacer cualquier alabanza! Mas no era ése, al parecer, el modo correcto de elogiar cualquier cosa, sino el atribuir al objeto el mayor número de cualidades y las más bellas, se dieran o no en la realidad. Y si éstas eran falsas, la cosa carecía de importancia, pues lo que se propuso fue, al parecer, que cada uno de nosotros cuidara de hacer en apariencia el encomio del Amor, no que éste fuera realmente elogiado.

Por esta razón, creo, rebuscáis toda clase de calificativos y se los aplicáis al Amor y decís que es de tal o cual condición, u origen de tantas o cuántas cosas, para que aparezca de la manera más bella y mejor posible, claro está que ante los ignorantes, pero no, por supuesto, ante los entendidos; y así el elogio no sólo resulta bello, sino también pomposo.

Pues bien: yo no conocía ese tipo de alabanza, y por no conocerlo os prometí hacer yo también en mi turno un encomio. Fue, sin duda, "la lengua la que prometió, no la mente". Adiós, pues, el encomio. Yo ya no lo hago de esta manera, porque no podría hacerlo. Sin embargo, la verdad, si os parece bien, estoy dispuesto a decirla a mi manera, mas sin poner en parangón mi discurso con los vuestros, para no incurrir en ridículo.

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b) Diálogo con Agatón: El amor es siempre deseo de algo de lo que se carece.

Entonces todos invitaron a Sócrates a iniciar su discurso y éste pidió empezarlo en diálogo con Agatón. Así, obliga a Agatón a reconocer dos verdades elementales:

  • primero, que el amor es siempre amor de algo y, segundo,
  • que todo deseo es deseo de algo de lo que se carece pues no se puede desear lo que ya se posee.

Por lo tanto, el amor que es deseo de lo bello ha de carecer necesariamente de belleza, lo que contradice el punto de partida del discurso de Agatón. Sócrates termina de enredar a Agatón indicándole que el amor si es deseo de lo bello y lo bueno puede ser ni bello ni bueno. A continuación empieza a relatar las enseñanzas que recibió de Diótima.

- ¿Y qué? ¿Lo que carece de belleza y en modo alguno la posee, dices tú que es bello?

- No, por supuesto.

-¿Persistes todavía en afirmar que el Amor es bello, si esto es así?

Agatón entonces le dijo:

-Es muy probable, Sócrates, que no entendiera nada de lo que dije entonces.

-Y eso que hablaste bellamente, Agatón -replicó Sócrates. Pero respóndeme todavía un poco. ¿Las cosas buenas no te parecen también bellas?

-Al menos, ésa es mi opinión.

-Entonces, si el Amor carece de cosas bellas y lo bueno es bello, también estará falto de cosas buenas.

-Sócrates -respondió-, a ti no sería yo capaz de contradecirte. Que quede el asunto tal como tú dices.

-No, por cierto, querido Agatón -le replicó Sócrates-; es a la verdad a la que no puedes contradecir, pues a Sócrates no es nada difícil.

Pero a ti te dejaré ya y me ocuparé del discurso sobre el Amor, que un día escuché a una mujer de Mantinea, Diótima, que no sólo era sabia en estas cuestiones, sino en otras muchas; tanto es así, que por haber hecho antaño, con anterioridad a la peste un sacrificio los atenienses, aplazó por diez años la epidemia. Fue precisamente esa mujer mi maestra en las cosas del amor y el discurso que me pronunció voy a intentar repetíroslo tomando como punto de partida lo que hemos convenido Agatón y yo, hablando conmigo mismo, en la forma que pueda. Y como, según indicaste tú, Agatón, se debe exponer primero qué es el Amor en sí y cuál es su naturaleza, y después sus obras, me parece que lo más fácil para mí es hacer mi relato, ciñéndome a las preguntas que entonces me iba haciendo la extranjera. Sobre poco más o menos, también yo había aducido ante ella otras tantas razones como las que ahora ha aducido Agatón ante mí: que el Amor era un gran dios y que tenía por objeto las cosas bellas, pero ella me fue refutando con los mismos argumentos que yo a él: que no era ni bello, según pretendían mis palabras, ni bueno.

p. 43.

c) Las enseñanzas de Diótima: El amor es un término medio entre los dioses y los hombres

Diótima le explica a Sócrates que aquello que no es bello no tiene que ser necesariamente feo del mismo modo que el que no es sabio no es por fuerza ignorante. Existe un término medio: entre la sabiduría y la ignorancia está el "tener una recta opinión sin poder dar razón de ella".

Tampoco el amor es dios ni hombre sino algo intermedio, un genio o "daimon". El Amor es el mediador entre los hombres y la divinidad.

-Interpreta y transmite a los dioses las cosas humanas y a los hombres las cosas divinas, las suplicas y los sacrificios de los unos y las órdenes y las recompensas a los sacrificios de los otros. Colocado entre unos y otros rellena el hueco, de manera que el Todo quede ligado consigo mismo. A través de él discurre el arte adivinatoria en su totalidad y el arte de los sacerdotes relativa a los sacrificios, a las iniciaciones, a los encantos, a la mántica toda y a la magia. La divinidad no se pone en contacto el hombre, sino que es a través de este género de seres por donde tiene lugar todo comercio y todo dialogo entre los dioses y los hombres, tanto durante la vigilia como durante el sueño.

Así, el hombre sabio, con relación a tales conocimientos, es un hombre genial y el que lo es en otra cosa cualquiera, bien en las artes o en los oficios, un simple menestral. Estos genios, por supuesto, son muchos y de muy variadas clases y uno de ellos es el Amor.

p. 43.

d) El nacimiento del Amor.

Sócrates pregunta por el padre y la madre de ese genio llamado Amor y Diótima le relata el mito del nacimiento del amor y sus atributos.

- ¿Y quien es su padre -le pregunté- y quien es su madre?

- Más largo es de explicar, pero, sin embargo, te lo diré. Cuando nació Afrodita, los dioses celebraron un banquete, y entre ellos estaba también el hijo de Metis (la Prudencia), Poro (el Recurso). Una vez que terminaron de comer, se presentó a mendigar, como era natural al celebrarse un festín, Penia (la Pobreza) y quedóse a la puerta. Poro, entre tanto, como estaba embriagado de néctar -aun no existía el vino-, penetró en el huerto de Zeus y en el sopor de la embriaguez se puso a dormir. Penia, entonces, tramando, movida por su escasez de recursos, hacerse un hijo de Poro, del Recurso, se acostó a su lado y concibió al Amor. Por esta razón el Amor es acólito y escudero de Afrodita, por haber sido engendrado en su natalicio, y a la vez enamorado por naturaleza de lo bello, por ser Afrodita también bella. Pero, como hijo que es de Poro y de Penia el amor quedó en la situación siguiente: en primer lugar, es siempre pobre y esta muy lejos de ser delicado y bello, como supone el vulgo: por el contrario, es rudo y escuálido, anda descalzo y carece de hogar, duerme siempre en el suelo y sin lecho, acostándose al sereno en las puertas y en los caminos, pues por tener la condición de su madre, es siempre compañero inseparable de la pobreza. Mas por otra parte, según la condición de su padre, acecha a los bellos y a los buenos, es valeroso, intrépido y diligente; cazador temible, que siempre urde alguna trama; es apasionado por la sabiduría y fértil en recurso; filosofa a lo largo de toda su vida y es un charlatán temible, un embelesador y un sofista. Por su naturaleza no es inmortal ni mortal, sino que en un mismo día a ratos florece y vive, si tiene abundancia de recursos, a ratos muere y de nuevo vuelve a revivir gracias a la naturaleza de su padre. Pero lo que se procura, siempre se desliza de sus ruanos, de manera que no es pobre jamás el Amor, ni tampoco rico.

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e) El Amor es filósofo

- (...) Se encuentra en el término medio entre la sabiduría y la ignorancia. Pues he aquí lo que sucede: ninguno de los dioses filosofa ni desea hacerse sabio, porque ya lo es, ni filosofa todo aquel que sea sabio. Pero, a su vez, los ignorantes ni filosofan ni desean hacerse sabios, pues en esto estriba el mal de la ignorancia: en no ser ni doble, ni bueno, ni sabio y tener la ilusión de serlo en grado suficiente. Así, el que no cree estar falto de nada no siente deseo de lo que no cree necesitar.

-Entonces, ¿quiénes son los que filosofan, Diótima -le dije yo-, si no son los sabios ni los ignorantes?

- Claro es va incluso para un niño -respondió- que son los intermedios entre los unos y los otros, entre los cuales estará también el Amor. Pues es la sabiduría una de las cosas más bellas y el Amor es amor respecto de lo bello, de suerte que es necesario que el Amor sea filósofo, y, por ser filósofo, algo intermedio entre el sabio y el ignorante. Y la causa de estas tendencias ingénitas en él en su origen, pues es hijo de un padre sabio y rico en recursos y de una madre que no es sabia y carece de ellos.

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f) Causa del error de Agatón.

Agatón había entendido que el Amor es bello porque lo había imaginada como "amado" y no como lo que realmente es, "amante".

La naturaleza, pues, de ese genio, ¡oh querido Sócrates'. es la que se ha dicho; y en cuanto a esa idea errónea que te forjaste sobre el Amor, no es extraño que se te ocurriera. -tú te imaginaste, al menos me lo parece según puedo colegir de tus palabras, que el Amor era el amado y no el amante. Por este motivo, creo yo, te parecía sumamente bello el Amor, porque lo amable es lo que en realidad es bello, delicado, perfecto y digno de ser tenido por feliz y envidiable. En cambio, el amante tiene una naturaleza diferente, que es tal como yo la describí.

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g) Utilidad del amor para los hombres: la felicidad.

El amor es deseo de posesión de las cosas bellas y buenas. Una vez conseguidas se alcanza la felicidad, el fin último y perfecto. Es interesante aquí la comparación con Aristóteles.

- Pues bien -dijo ella-: supónte que, cambiando los términos y empleando en vez de bello bueno, se te preguntase: Veamos, Sócrates, el amante de las cosas buenas, las desea: ¿qué desea?

- Que lleguen a ser suyas -le contesté.

-¿Y qué le sucederá a aquel que adquiera las cosas buenas?

- Esto te lo puedo responder con mayor facilidad -le dije- será feliz.

- En efecto -replicó-; por la posesión de las cosas buenas los felices son felices, y ya no se necesita agregar esta pregunta: ¿Para qué quiere ser feliz el que quiere serlo?, sino que parece que la respuesta tiene aquí su fin.

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h) Amor: guía de todas las acciones humanas en busca de lo bueno y lo bello.

Sócrates pregunta: ¿Por qué, si el amor no es más que la búsqueda de la felicidad a través de las cosas bellas y buenas, no se dice que todo el mundo ama, pues todo el mundo desea ser feliz, sino que se reserva este término para los clásicos "tórtolos"? Diótima le contesta que del mismo modo que la palabra "creación" (poiesis) se ha reservado para los poetas dejando fuera a todos los demás creadores también la palabra amor se ha reservado para un determinado tipo pero el amor es la guía de todas las actividades humanas: está detrás de todos nuestros deseos de lo bueno y la felicidad.

-Pues bien: así ocurre también con el amor. En general todo deseo de las cosas buenas y de ser feliz es amor, ese "Amor grandísimo y engañoso para todos". Pero unos se entregan a él de muy diferentes formas: en los negocios, en la afición a la gimnasia o en la filosofía, y no se dice que amen, ni se les llama enamorados. En cambio, los que se encaminan hacia el y se afanan según una sola especie detentan el nombre del todo, el de amor, y sólo de ellos se dice que aman y que son amantes.

-Es muy probable -dije yo- que digas la verdad.

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i) Crítica a Aristófanes

Afirma Diótima que el amor no puede ser deseo de nuestra otra mitad si esa otra mitad no es asimismo buena y bella porque no es posible que los hombres amen lo contrario.

-Y corre por ahí un dicho -continuó- que asegura que los enamorados son aquellos que andan buscando la mitad de sí mismos pero lo que yo digo es que el amor no es de mitad ni de todo, si no se da, amigo mío, la coincidencia de que éste sea de algún modo bueno, ya que aun sus propios pies y sus propias manos están dispuestos a amputarse los hombres si estiman que los suyos son malos. No es, pues, según creo, lo propio de uno mismo a lo que siente apego cada cual, a no ser que se llame a lo bueno, por un lado, particular y propio de uno mismo y a lo malo, por otro, extraño.

p. 48

j) El objeto del amor y la acción que nos lo procura.

Diótima define el objeto del amor: "... el objeto del amor es la posesión constante de lo bueno". Asimismo responde a la pregunta de cuál es la acción que que nos acerca a dicho objeto: " la procreación en la belleza tanto según el cuerpo como según el alma". El amor no es amor de la belleza como se había dicho antes sino amor de la generación. La belleza es sólo el contexto en el que el amor la generación se realiza. El amor es deseo de procreación tanto según el alma como según el cuerpo porque esta es la máxima inmortalidad que le está reservada a un mortal. El amor es, por tanto, amor de la inmortalidad.

- Pues bien -replicó ella-: te lo diré con mayor claridad. Conciben todos los hombres, oh Sócrates!, no sólo según su cuerpo, sino también según su alma, y una vez que se llega a cierta edad no desea procrear en lo feo, sino tan sólo en lo bello. La unión de varón y de mujer es procreación y es una cosa divina, pues la preñez y la generación son algo inmortal que hay en el ser viviente, que es mortal. Pero ambos actos es imposible que tengan lugar en lo que está en armonía con ellos; y lo feo es inadecuado para todo lo divino, y lo bello, en cambio, adecuado. La Belleza es, pues, la Moira y la llitiya del nacimiento de los seres. Por este motivo, cuando se acerca a un ser bello lo que está preñado procrea. En cambio, cuando se aproxima a un ser feo, su rostro se ensombrece, se contrae entristecido en sí mismo, se aparta, se repliega y no procrea, sino que retiene dolorosamente el fruto de su fecundidad. De ahí precisamente que sea grande la pasión por lo bello que se da en el ser que esta preñado y abultado ya por su fruto, porque lo bello libera al que lo posee de los grandes dolores del parto. Pues no es el Amor, Sócrates, como tú crees, amor de la belleza.

- Entonces, ¿qué es?

- Amor de generación y del parto en la belleza.

- Sea -dije yo.

- Así es, en efecto. Mas ¿por qué es la generación? Porque es la generación algo eterno e inmortal, al menos en la medida que esto puede darse en un mortal. Y es necesario, según lo convenido, que desee la inmortalidad juntamente con lo bueno, si es que verdaderamente tiene el Amor por objeto la posesión perpetua de lo bueno. Necesariamente, pues, según se deduce a este razonamiento, el Amor será también amor de la inmortalidad.

p. 49

k) Procreación e inmortalidad.

Diótima aclara que la causa del amor es el afán de inmortalidad por causa del cual todos los animales están dispuestos a sacrificar su propia vida. Existen dos tipos de inmortalidad: la propia de los dioses que son siempre iguales a sí mismos y la propia de los mortales que sólo pueden alcanzarla por reemplazamiento, bien a través de los hijos bien a través de la transmisión de la sabiduría.

En este caso, por la misma razón que en el anterior, la naturaleza mortal busca en lo posible existir siempre y ser inmortal. Y solamente puede conseguirlo con la procreación, porque siempre deja un ser nuevo en el lugar del viejo.

(...)

De este modo se conserva todo lo mortal, no por ser completamente y siempre idéntico a sí mismo como lo divino, sino por el hecho de que el ser que se va o ha envejecido deja otro ser nuevo, similar a como a él era. Por este medio, Sócrates, lo mortal participa de inmortalidad, tanto en su cuerpo como en todo lo demás; lo inmortal, en cambio, participa de ella por otro diferente. No te admires, pues, si todo ser estima por naturaleza a lo que es retoño de si mismo, porque es la inmortalidad la razón de que a todo ser acompañe esa solicitud y ese amor.

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l) Demostración de que es la procreación el objetivo final de todo amor, incluso del más heroico.

Diótima afirma que detrás de la acción más desinteresada, el sacrificio de la propia vida, se encuentra siempre el deseo de inmortalidad. Es el punto más débil de la argumentación de Diótima: recurrir a la mitología para demostrar que perdurar es el único motivo de las acciones humanas es tremendamente arriesgado. Como bien dice Sócrates es un "simple" recurso sofista.

- Está bien, sapientísima Diótima, pero ¿es esto así de verdad? Entonces ella me respondió cono esos cumplidos sofistas.

- Tenlo por seguro, Sócrates, ya que, si quieres echar una mirada a la ambición de los hombres, de no tener en la mente una idea de lo que he dicho, te quedarías maravillado de su insensatez, al pensar en qué terrible estado les pone el amor de hacerse famosos y de "dejar para el futuro una fama inmortal". Por ello están dispuestos a correr todos los peligros, más aún que por sus hijos, a gastar dinero, a soportar cualquier fatiga y a sacrificar su vida. Pues ¿crees tú -agregó- que Alcestis hubiera muerto por Admeto o Aquiles por vengar a Patroclo, o vuestro Codro por salvaguardar la dignidad real de sus hijos, si no hubieran creído que iba a quedar de ellos ese recuerdo inmortal de su virtud que tenemos ahora? Ni por lo más remoto. Es en inmortalizar su virtud, según creo, en conseguir un tal renombre, en lo que todos ponen todo su esfuerzo, con tanto mayor ahínco cuanto mejores son, porque lo que aman es lo imperecedero.

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m) Es preferible ser fecundo según el alma que según el cuerpo.

Así pues, los que son fecundos según el cuerpo se dirigen a en especial a las mujeres, y ésta es la forma en que se manifiestan sus tendencias amorosas, porque, según creen, se procuran para sí, mediante procreación de hijos, inmortalidad, memoria de sí mismos y felicidad para todo el tiempo futuro. En cambio, los que lo son según el alma..., pues hay hombres -añadió - que conciben en las almas más aún que en los cuerpos, aquello que corresponde al alma concebir y dar a luz.

¿Y qué es lo que le corresponde?: la sabiduría moral y las demás virtudes, de las que precisamente son progenitores los poetas todos y cuantos artesanos se dice que son inventores. Pero, con mucho, la más grande y la más bella forma de sabiduría moral es el ordenamiento de las ciudades y de las comunidades, que tiene por nombre el de moderación y justicia. Así, cuando alguien se encuentra a su vez preñado en el alma de estas virtudes desde niño, inspirado como esta por la divinidad, al llegar a la edad conveniente desea ya parir y engendrar, y también el, según creo, se dedica a buscar en torno suyo la belleza en la que pueda engendrar, pues en lo feo jamás engendrará. Siente, por tanto, mayor apego a los cuerpos bellos que a los feos en razón de su estado de preñez, y cuando en ellos encuentra un alma bella, noble y bien dotada, muestra entonces extraordinaria afición por eI conjunto y al punto encuentra ante ese hombre abundancia de razones a propósito de la virtud y de cómo debe ser el hombre bueno y las cosas a que debe aplicarse e intentará educarlo.

Y por tener, según creo, contacto y trato con lo bello, alumbra y da vida a lo que tenía concebido desde antes; a su lado o separado de él se acuerda siempre de ese ser y con su ayuda cría en común con él el producto de su procreación, de tal manera que es una comunidad mucho mayor que la de los hijos la que tienen entre sí los de tal condición, un afecto mucho más firme, ya que tienen en común unos hijos más bellos y mas inmortales. Es más todo hombre preferiría tener hijos de tal índole a tenerlos humanos.

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n) Los auténticos misterios del amor: El ascenso hacia la belleza.

Diótima dice a Sócrates que lo dicho hasta ahora forma parte de lo que cualquiera puede comprender pero que lo que sigue a continuación no está al alcance de todos. Es el ascenso hacia la belleza: de los cuerpos bellos, a la belleza de las almas, de ahí a la belleza de las leyes, luego a la belleza de las ciencias y por último a la belleza en sí.

Estos son los misterios del amor, Sócrates, en los que incluso tú pudieras iniciarte. Pero en aquellos que implican una iniciación perfecta, y el grado de la contemplación, a los que éstos están subordinados si se procede con buen método, en esos no sé si seria capaz de iniciarte. Te los diré en todo caso y pondré toda mi buena voluntad en el empeño. Intenta seguirme si eres capaz. Es menester -comenzó-, si se quiere ir por el recto camino hacia esta meta, comenzar desde la juventud a dirigirse hacia los cuerpos bellos y, si conduce bien el iniciador, enamorarse primero de un solo cuerpo y engendrar en él bellos discursos; comprender luego que la belleza que reside en cualquier cuerpo es hermana de la que reside en el otro y que, si lo que se debe perseguir es la belleza de la forma, es gran insensatez no considerar que es una sola e idéntica cosa la belleza que hay en todos los cuerpos. Adquirido este concepto, es menester hacerse enamorado de todos los cuerpos bellos y sosegar ese vehemente apego a uno solo, despreciándolo y considerándolo de poca monta. Después eje eso, tener por más valiosa la belleza de las almas que la de los cuerpos, de tal modo que si alguien es discreto de alma aunque tenga poca lozanía, baste ello para amarle, mostrarse solícito, engendrar y buscar palabras tales que puedan hacer mejores a los jóvenes, a fin de ser obligado nuevamente a contemplar la belleza que hay en las normas de conducta y en las leyes y a percibir que todo ello está unido por parentesco a sí mismo, para considerar así que la belleza del cuerpo es algo de escasa importancia. Después de las normas de conducta, es menester que el iniciador conduzca a las ciencias para que el iniciado vea a su vez la belleza de éstas, dirija su mirada a toda esa belleza, que ya es mucha, y no sea en lo sucesivo hombre vil y de mezquino espíritu por servir a la belleza que reside en un solo ser, contentándose, como un criado, con la belleza de un mancebo, de un hombre o de una norma de conducta, sino que vuelva su mirada a ese inmenso mar de la belleza y su contemplación le haga engendrar muchos, bellos y magníficos discursos y pensamientos en inagotable filosofía, hasta que, robustecido y elevado por ella, vislumbre una ciencia única, que es tal como la voy a explicar y que versa sobre una belleza que es así.

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o) La belleza en sí

Procura -agregó- prestarme toda la atención que te sea posible. En efecto, el que hasta aquí ha sido educado en las cuestiones amorosas y ha contemplado en este orden y en debida forma las cosas bellas, acercándose ya al grado supremo de iniciación en el amor, adquirirá de repente la visión de algo que por naturaleza es admirablemente bello, aquello precisamente, Sócrates, por cuya causa tuvieron lugar todas las fatigas anteriores, que en primer lugar existe siempre, no nace ni muere, no crece ni decrece, que en segundo lugar no es bello por un lado y feo por el otro, ni tampoco unas veces bello y otras no, ni bello en un respecto y feo en el otro, ni aquí bello y allí feo, de tal modo que sea para unos bello y para otros feo. Tampoco se mostrará a él la belleza, pongo por caso, como un rostro, unas manos, ni ninguna otra cosa de las que participa el cuerpo, ni como un razonamiento, ni como un conocimiento, ni como algo que exista en otro ser, por ejemplo, en un viviente, en la tierra, en el cielo, o en otro cualquiera, sino la propia belleza en sí que siempre es consigo misma específicamente única, en tanto que todas las cosas bellas participan de ella en modo tal, que aunque nazcan y mueran las demás, no aumenta ella en nada ni disminuye, ni padece nada en absoluto. Así pues, cuando a partir de las realidades visibles se eleva uno a merced del recto amor de los mancebos y se comienza a contemplar esa belleza de antes, se está, puede decirse, a punto de alcanzar la meta.

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p) Resumen del proceso de ascenso hasta la Belleza.

He aquí, pues, el recto método de abordar las cuestiones eróticas o de ser conducido por otro: empezar por las cosas bellas de este mundo teniendo como fin esa belleza en cuestión y, valiéndose de ellas como de escalas, ir ascendiendo constantemente, yendo de un solo cuerpo a dos y de dos a todos los cuerpos bellos y de los cuerpos bellos a las bellas normas de conducta, y de las normas de conducta a las bellas ciencias, hasta terminar, partiendo de éstas, en esa ciencia de antes, que no es ciencia de otra cosa sino de la belleza absoluta, y llegar a conocer, por último, lo que es la belleza en sí.

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q) La contemplación de la Belleza en sí es la mejor vida

Ese es el momento de la vida, ¡oh querido Sócrates! -dijo la extranjera de Mantinea- en que más que en ningún otro, adquiere valor el vivir del hombre: cuando éste contempla la belleza en sí. Si alguna vez la vislumbras, no te parecerá que es comparable ni con el oro, ni con los vestidos, ni con los niños y jóvenes bellos, a cuya vista ahora te turbas y estás dispuesto -y no sólo tú sino también otros muchos-, con tal de ver a los amados y estar constantemente con ellos, a no comer ni beber, si ello fuera posible, sino tan sólo a contemplarlos y a estar en su compañía. ¿Qué es, pues, lo que creemos que ocurriría -agregó- si le fuera dado a alguno el ver la belleza en sí, en su pureza, limpia, sin mezcla, sin estar contaminada por las carnes humanas, los colores y las demás vanidades mortales y si pudiera contemplar esa divina belleza en sí, que es única específicamente? ¿Crees acaso que es vil la vida de un hombre que ponga su mirada en ese objeto, lo contemple con el órgano que debe y esté en unión con él? ¿Es que no te das cuenta de que es únicamente en ese momento, cuando ve la belleza con el órgano con que ésta es visible, cuando le será posible engendrar, no apariencias de virtud, ya que no está en contacto con una apariencia, sino virtudes verdaderas, puesto que está en contacto con la verdad; y de que al que ha procreado y alimenta una virtud verdadera le es posible hacerse amigo de los dioses y también inmortal, si es que esto le fue posible a algún otro hombre?

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8. Alcibíades: El elogio de Sócrates

a) Llegada de Alcibíades: el ataque de celos.

Alcibíades llega borracho dando gritos a casa de Agatón para coronarlo por su triunfo. Todos lo acogen y Agatón le invita a sentarse junto a él. En ese momento ve a Sócrates y tiene un ataque de celos.

Y volviéndose al mismo tiempo, vio a Sócrates, y al verle le dio un sobresalto y exclamó:
- Heracles, ¿qué es esto? ¿Estás ahí, Sócrates? ¡Otra vez mas me esperas al acecho, sentado aquí, y mostrándote de sopetón, como acostumbras donde yo menos me imaginaba que estuvieras! ¿A qué has venido ahora? Además, ¿por qué está sentado aquí? Pues no estás al lado de Aristófanes, ni de ningún otro que sea gracioso, o que pretenda serlo, sino que te amañaste para sentarte al lado del más bello de los que hay dentro de la casa.

- Agatón --dijo entonces Sócrates-, mira a ver si me defiendes, que para mí se ha convertido el amor de este hombre en no pequeña molestia. Desde el momento en que me enamoré de él, ya no me es posible ni lanzar una mirada ni conversar con ningún hombre bello, so pena de que éste, sintiendo celos y envidia de mí, cometa asombrosos disparates, me injurie y a duras penas se abstenga de venir a las manos. Mira, pues, no vaya a hacer algo también ahora. ¡Ea!, reconcílianos, y si intenta cometer alguna violencia, defiéndeme, porque su manía y su afecto al amante me causan gran horror.

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Como ve que los demás están sobrios se autonombra árbitro de la bebida. Erixímaco, a su vez, le propone que haga el elogio de Sócrates.

b) Los símiles de Alcibíades: comparación de Sócrates con las figuras de silenos con dioses en su interior y comparación de Sócrates con Marsias el sátiro.

En primer lugar, Alcibíades afirma que realizará un discurso fuera de las normas clásicas. Así promete caracterizar a Sócrates utilizando símiles.

  • Compara a Sócrates con esos "silenos" que hay en los talleres de los escultores, muy feos por fuera, pero que al abrirlos tienen dentro alguna estatuilla de un dios.
  • Luego compara a Sócrates con Marsias, el sátiro. Sócrates, feo e insolente como el sátiro, perseguidor infatigable de mancebos, seductor profesional que en lugar de utilizar la flauta para hechizar a los jóvenes utiliza la palabra.
  • Por último describe los efectos que tiene sobre él la palabra de Sócrates. Alcibíades siente vergüenza de sí mismo cuando escucha a Sócrates y no puede más que escapar de su influjo.

- El elogio de Sócrates, señores, lo intentaré hacer en esta forma: mediante símiles. Él tal vez creerá que servirán para ponerle en ridículo, pero el símil tiene por fin la verdad, no provocar la risa. Afirmo, en efecto, que es sumamente parecido a esos silenos que hay en los talleres de los escultores, que modelan los artífices con siringas o flautas en la mano y que al abrirlos en dos se ve que tienen en su interior estatuillas de dioses.

Y afirmo, además, que se parece al sátiro Marsias. Al menos, eso de que eres en tu aspecto, semejante a éstos, tú mismo no podrías discutirlo, pero que también en lo demás te pareces a ellos, escúchalo a continuación. Eres un insolente. ¿No es verdad? Si no lo confiesas, aduciré testigos. ¿Y no eres también flautista? Sí, y mucho más maravilloso que Marsias, porque éste se servía de instrumentos para fascinar a los hombres con el hechizo que emanaba de su boca y todavía hoy fascina el que entone con la flauta sus aires (pues los que entonaba Olimpo sostengo que son de Marsias, que se los había enseñado). Las melodías de éste, como digo, bien las interprete un buen flautista o una mediocre tocadora de flauta, son las únicas que le hacen a uno quedar arrebatado y que ponen de manifiesto a los hombres que tienen necesidad de los dioses y de iniciaciones, por ser dichas melodías de carácter divino. Tú difieres de él tan sólo en que sin instrumentos, con tus simples palabras, consigues el mismo efecto. Al menos, nosotros, cuando escuchamos a otro, por muy buen orador que sea, pronunciar otros discursos, ninguno sentimos, por decirlo así, preocupación alguna. En cambio, cuando se te escucha a ti o a otros contar tus palabras, por muy mediocre que sea el que las relate, tanto si es mujer como varón o muchacho quien las escuche, quedamos transportados de estupor y arrebatados por ellas.

Yo al menos, señores, si no fuere a causar la impresión de estar completamente borracho, os diría bajo juramento qué sensaciones he experimentado personalmente por efecto de sus palabras y sigo experimentando ahora todavía. Cuando le escucho mi corazón da muchos más brincos que el de los Coribantes en su danza frenética, y se derraman mis lágrimas por efecto de sus palabras, y veo que a muchísimos otros les sucede lo mismo. En cambio, cuando escuchaba a Pericles y a otros buenos oradores, estimaba que hablaban bien, pero jamás me pasó nada semejante, ni se turbaba mi alma, ni se irritaba ante la idea de que me encontraba en situación de esclavitud; pero por efecto de este Marsias, que veis así, han sido ya muchas las veces que he atravesado por una crisis tal, que estimaba que me era insoportable vivir, llevando la vida que llevo. Y esto, Sócrates, no dirás que no es verdad. Es más ahora incluso, sé en mi fuero interno que, si quisiera prestarle oído, no podría contenerme, sino que me ocurriría lo mismo, pues me obliga a confesar que y, a pesar de que es mucho lo que me falta, me descuido todavía de mí mismo y me entremeto en la política de los atenienses. A la fuerza, pues, como si me apartara de las sirenas, contengo mis oídos y me escapo huyendo, para que no me sorprenda la vejez allí, sentado a su lado. Y tan sólo ante este hombre he experimentado algo que no se creería que puede haber en mí: el sentir vergüenza ante alguien. El caso es que yo la siento únicamente en su presencia, pues estoy consciente de que no puedo negarle que no se debe hacer lo que él ordena...; pero que una vez que me voy de su lado, sucumbo a los honores que me tributa la muchedumbre. Huyo, pues, de él como un esclavo fugitivo, y le soslayo y siempre que le veo siento vergüenza de las cosas que le reconocí. Muchas veces me gustaría no verle entre los hombres; pero si esto ocurriera, bien sé que mi pesar sería mucho mayor, de suerte que no sé qué hacer con este hombre.

p. 58-59

c) Alcibíades retoma la comparación con los silenos

Veis, en efecto, que Sócrates siente una amorosa inclinación hacia los bellos mancebos, que siempre está a su alrededor y le dejan pasmado y que además ignora todo y no sabe nada. Su apariencia, al menos, ¿no es la de un sileno? Sí, y mucho. Ésta es la cubierta con la que está envuelto por fuera, como un sileno esculpido; pero el interior, cuando se abre, ¿de cuánta templanza creéis, señores comensales, que está lleno? Sabed que el que uno sea bello no le importa nada y que le desprecia hasta extremos que nadie puede suponer, ni tampoco el que uno sea rico, ni tenga ningún otro privilegio de los que ensalza la multitud. Estima, al contrario, que todos esos bienes no valen nada y que tampoco nosotros, os lo aseguro, somos nada y pasa toda su vida ironizando y jugando con los hombres. Pero cuando habla en serio se abre su envoltura, no sé si hay alguien que haya visto entonces las estatuillas de dentro. Yo las he visto va en una ocasión y me parecieron tan divinas, tan de oro, tan sumamente bellas y admirables, que no me quedaba otro remedio que hacer al punto lo que me ordenase Sócrates.

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d) Alcibíades intenta seducir a Sócrates

Deslumbrado por los discursos de Sócrates Alcibíades confía en su belleza para seducirlo. Así que practicaba ejercicio físico con él, lo invitaba a cenar y a dormir en su casa y sentía la herida de sus discursos filosóficos.

Además, también me domina a mí eso que ocurre al que ha sido picado por una víbora. Dicen, en efecto, que el que ha pasado por esto alguna vez no quiere contar como fue su sufrimiento a nadie, salvo a los que han sido picados también, en la idea de que son los únicos que le van a comprender y a mostrarle indulgencia si no tuvo vergüenza de cometer o decir cualquier disparate por efecto del dolor. Pues bien: yo he sido picado por algo que causa todavía más dolor, y ello en la parte más sensible al dolor de aquellas en las que uno puede ser picado: el corazón o el alma, o como se deba llamar eso. Ahí he recibido la herida y el mordisco de los discursos filosóficos, que son más crueles que una víbora, cuando se apoderan de un alma joven no exenta de dotes naturales y la obligan a hacer o decir cualquier cosa. Además, estoy viendo a esos Fedros, a esos Agatones, Erixímacos, Pausanias, Aristodemos y Aristófanes, por no mencionar al propio Sócrates y al resto de vosotros, pues todos participáis de la manía del filósofo y de su delirio báquico. Por eso todos me vais a oír, ya que excusaréis no sólo mis actos de entonces, sino también mis palabras de ahora. Y vosotros los criados y todo aquel que sea profano y rústico, cerrad con muy grandes puertas vuestros oídos.

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e) Sócrates rechaza a Alcibíades: para él la belleza física y la riqueza es nada.

Entonces, al escuchar esto, después de las palabras que yo había dicho y lanzado como dardos, creí que estaba herido. Me levanté, sin darle ya lugar a que dijera nada, le cubrí con mi manto, pues era invierno, y arrebujándome debajo del raído capote de ese que veis ahí, ceñí con mis brazos a ese hombre verdaderamente divino y admirable y pasé acostado a su lado la noche entera. Y tampoco en esto, Sócrates, dirás que miento. Pues bien: pese a esto que hice, hasta tal extremo se sobrepuso a mí, me menospreció, se burló de mi belleza y me injurió (y eso que yo creía de ella que valía algo, ¡oh jueces!, pues jueces sois de la soberbia de Sócrates), que..., sabedlo bien, por los dioses y por las diosas, ¡me levanté tras haber dormido con Sócrates, ni más ni menos que si me hubiera acostado con mi padre o con mi hermano mayor! (...) De suerte que no me era posible ni irritarme y privarme de su compañía, ni tampoco sabía cómo podría atraerlo hacia mí.

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f) Las virtudes de Sócrates

Alcibíades, que ha compartido con Sócrates la experiencia de la guerra narra las virtudes de Sócrates: insobornable, invulnerable a la embriaguez y a los rigores del invierno, entregado de forma absoluta al pensamiento y a la verdad, valentía incomparable. Destacamos en el texto el episodio del ensimismamiento de Sócrates que revela su naturaleza filosófica y ajena al mundo y su comportamiento en la batalla.

Habiendo concebido algo en su mente, se había quedado plantado en el mismo sitio desde el amanecer reflexionando, y como no daba en la solución, no cejaba en su empeño, sino que seguía inmóvil buscándola. Era ya mediodía y los hombres se habían dado cuenta y admirados se decían los unos a los otros: "Sócrates, desde el alba está inmóvil pensando en algo". Por último, algunos de los jonios, cuando llegó la tarde y hubieron comido, llevaron al exterior sus jergones (era entonces verano), y al tiempo que descansaban al fresco le observaban a ver si permanecía también en pie sin moverse durante la noche. Y en pie sin moverse estuvo hasta que vino el alba y se levantó el sol. Entonces se retiró tras haber elevado una plegaria al sol.

Y si os parece bien, veámosle en las batallas, pues justo es ahora devolverle este homenaje, ya que cuando se dio la batalla por la que me concedieron los generales el premio al valor, nadie me salvó la vida sino este hombre, que no quiso abandonarme herido y salvó a la vez mis armas y mi persona. Es verdad que yo, Sócrates, también entonces exhorté a los generales a darte a ti la condecoración, y en esto, al menos, no me recriminarás ni dirás que miento; pero el caso fue que, atendiendo los generales a mi prestigio y queriendo concederme a mí la distinción, mostraste tú mayor empeño que los generales en que yo la recibiera que en recibirla tú.

Todavía en otra ocasión fue Sócrates espectáculo digno de contemplarse, cuando se retiraba de Delión en franca huida el ejército. Me encontraba yo allí presente con un caballo, y este en cambio con la armadura de hoplita. Se retiraba juntamente con Laques, cuando ya se habían dispersado nuestros hombres. En estas circunstancias me encontré por casualidad con él y, nada mas verle, les animé a los dos a tener confianza y les dije que no los abandonaría. Allí precisamente contemplé a Sócrates mejor que en Potidea, pues yo corría menos peligro por estar a caballo. En primer lugar, cuánto sobrepasaba a Laques en serenidad! En segundo lugar, me parecía, Aristófanes, precisamente eso que tu dices, que caminaba también allí como aquí "pavoneándose y lanzando la mirada a los lados", observando con calma a su alrededor a amigos y enemigos y mostrando a las claras a todo el mundo, incluso desde muy lejos, que si alguien ponía su mano en ese varón, se defendería muy esforzadamente. Por esta razón se retiraban con seguridad no sólo él, sino también su compañero, pues se puede decir que a los que muestran tal resolución en la guerra no se les toca, sino que es a los que huyen desordenadamente a quienes se persigue.

p. 63-64

g) Comparación de los discursos de Sócrates a las estatuillas de silenos que se abren.

En cambio, de un hombre como es éste, tan extraño en su persona y en sus discursos, no se puede encontrar a mano, por más que se busque, parangón alguno, ni entre los hombres de ahora ni entre los antiguos, a no ser que se le compare, tanto en su persona como en sus palabras, no con ninguno de los hombres, sino con los seres que digo: los silenos y los sátiros. Y he aquí algo, por cierto, que ha pasado por alto al principio: el que también sus discursos son parecidísimos a los silenos que se abren. Si se quiere, en efecto, escuchar los discursos de Sócrates, se sacará al pronto la impresión de que son sumamente ridículos; tales son los nombres y las expresiones con que exteriormente están envueltos, como por una piel de sátiro insolente! Habla de burros de carga, de herreros, de zapateros y de curtidores y de siempre parece decir, mediante las mismas expresiones, las mismas cosas, de tal manera que todo hombre ignorante e insensato se reiría de sus discursos. Pero si se los ve cuando están abiertos y se penetra en su interior, se descubrirá primeramente que son los únicos discursos que tienen sentido y después que son enteramente divinos y contienen en sí mismos un número grandísimo de imágenes de virtud y que se extienden al mayor número de cosas o, mejor dicho, a todo aquello que le atañe examinar al que tenga la intención de hacerse honrado y bueno.

p. 64

9. Fin del Banquete

Sócrates acusa a Alcibíades de haberle puesto en contra de Agatón pues al final de su discurso Alcibíades prevenía a todos los mancebos contra los hirientes encantos de Sócrates. Agatón no hace caso de las advertencias de Alcibíades y va a sentarse junto a Sócrates de modo que ahora tenga Sócrates que hacer su elogio. Pero de repente se llena la casa de un tropel de juerguistas y corre el vino. Erixímaco y Fedro se retiran. Aristodemo se quedó dormido y cuando se despertó vio que todavía continuaban bebiendo y conversando Agatón, Sócrates y Aristófanes.

cuando ya los gallos cantaban. Al despertarse vio que los demás estaban durmiendo o se habían ido, y que tan solo Agatón, Aristófanes y Sócrates estaban todavía despiertos y bebían de , una gran copa que se pasaban de izquierda a derecha. Sócrates, por descontado, conversaba con ellos. Del resto de su conversación, Aristodemo dijo que no se acordaba, pues no había atendido a ella desde el principio y estaba somnoliento, pero lo capital fue que Sócrates los obligó a reconocer que era propio del mismo hombre saber componer tragedia y comedia y que el que con arte es poeta trágico, también lo es cómico. Mientras eran obligados a admitir esto sin seguirlo demasiado bien, daban cabezadas de sueño hasta que se durmieron, primero Aristófanes y luego Agatón, cuando ya era de día. Sócrates, entonces después que los hubo dormido, se levantó y se fue. Aristodemo me dijo que, como acostumbraba, siguió a Sócrates, el cual, una vez que llegó al Liceo, se lavó y pasó el resto del día como en otra ocasión cualquiera; y después de emplear así su jornada, al caer la tarde se fue a dormir su casa.

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10. Bibliografía

  1. Platón: El banquete. Santillana, Madrid. 1996. (Mala traducción, erratas)
  2. Platón: El Banquete, Orbis, Barcelona, 1983. (Excelente traducción)
  3. Plotino: Enéadas. Gredos, Madrid, 2003
  4. León Hebreo: Diálogos de Amor. Alianza, Madrid, 2003
  5. Marsilio Ficino: De amore. Tecnos, Madrid, 2001
  6. B. Spinoza: Ética. Alianza, Madrid, 1986